Marineros de agua dulce

La verdad es que hacer una excursión para ver orcas desde el centro de una capital es un lujo (aunque algo caro), así que no podíamos dejar escapar la ocasión.

Yo, por miedo a alimentar a los peces haciendo el rumiante, apenas he desayunado (a parte de un ibuprofeno claro). Aunque luego no ha sido para tanto.Te dan un traje que ya quisieran para sí muchos de los que salen en Pesca Radical, te montan en un barco y venga…a la mar. Todo muy comportable.


Nuestro guía ha sido un australiano, Don perfecto, con el pelo ordenadamente desordenado y que no le debe costar mucho enseñar, a parte de las conductas de caza de las orcas; las costumbres sexuales propias a cualquier turista que se despiste un poco…un buitraco vamos! Pero tengo que decir que no era mal tío aunque entre la ligera cefalea, el ruido del motor y las ganas de disfrutar del paisaje no le hemos hecho ni puto caso.


Después de un viaje más largo de lo que pensábamos, finalmente hemos llegado al sitio donde están los bichos en cuestión. Hemos visto unos cuantos aunque no muy de cerca (son bastante esquivas…menos Willy y Ulises) pero ha valido la pena. Estas cosas siempre son caras, pero no es lo que valen sino lo que cuestan y yo las disfruto mucho, la verdad. En combustible deben gastar lo suyo porque realmente es territorio estadounidense a donde te llevan.



El único inconveniente, es que todo el viaje de vuelta, como se estaba super-a gustito en cubierta, nos hemos pegado una siesta de campeonato. Lo malo es que mientras dábamos rienda suelta a una de las tradiciones más españolas, ha salido un sol de la hostia y al no llevar crema solar (porque al embarcar el gris del cielo nos hacia temer lo peor) ahora parecemos un par de tomates andantes! Alex ya se ha empezado a pelar y yo no creo que tarde mucho.


Yo quemándome vivo y el cabrón haciéndome fotos...habráse visto!

Eso sí, la vuelta a la ciudad entrando en barco deja una visión del skyline de Vancouver muy pero que muy bella.

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